domingo, 3 de julio de 2011


Roberto Arlt

LA CIUDAD AUSENTE

La inevitable verdad es que todos nosotros somos un poco como esas ciudades que no dejan de cambiar, que no pueden quedarse quietas el tiempo suficiente para que las retraten en un mapa.

Rodrigo Fresán, Esperanto

Arlt caminaba por los barrios aprendiendo que es imposible despertar de la realidad. Aunque lo real no parezca ser real, a la realidad le basta con serlo. Buenos Aires se iba modificando a un tiempo vertiginoso, al ritmo que la modernidad -esa abstracción que en la década del ’20 transformaba la fisonomía urbana de manera constante- imponía con sus monumentales obras de cemento, cables y art decó. Todo lo original se convertía en simetría, en inmensos mausoleos de lo primitivo. Esas calles estaban expuestas a su mirada extrañada, a su curiosidad de antropólogo o de visitante extraterrestre que se enfrentaba a los palacetes céntricos, pero, sobre todo, a las ruinas turísticas de los suburbios. Porque, ¿cómo se podría perpetuar una ciudad señalando lo que no es, lo que quizá fue, pero ya no es?

A partir del 5 de agosto de 1928, el diario El Mundo comienza a publicar las Aguafuertes Porteñas. Los primeros artículos no están firmados, hasta el 14 de agosto, cuando aparecen al pie de página las iniciales R.A. y, al día siguiente, el nombre completo. La sección aparece en la página editorial y es la única firmada que tiene el periódico. El matutino apuesta a un periodismo moderno y multiforme, sensible a los cambios sociales que la época establece. Arlt propone un punto de vista singular, en su total autonomía referencial de cualquier otro periodista, que rompe con las formas embalsamadas del oficio: él es el cronista que sale de su escritorio y recorre los límites sórdidos del barrio para absorber la cultura underground de los arrabales, la topografía escondida que la ciudad alberga en su periferia.

El del 25 de enero de 1929 escribe: “No me refiero al barrio céntrico, sino al barrio de la orilla; Mataderos, cercanías del arroyo Maldonado, sur de Floresta, radio de Cuenca, Villa Luro, Villa Crespo, etc. Esos barrios, de casas amontonadas, de salas divididas en dos partes, donde en una trabaja el sastre y en la otra se apeñusca la familia, son mis tierras de predilección. Allí se desenvuelve la vida dramática, la existencia sórdida. Con la diferencia, claro está, que ahora todos esos barrios me son familiares. Los he recorrido en tantos sentidos y tantas veces, que puedo especificar cuál es la característica de una carnicería que está a dos cuadras antes de llegar a la plaza de Vélez Sársfield, por Avellaneda”.

Las Aguafuertes tienen un carácter vital, el pulso de la experiencia vivida en las inmediaciones, en las avenidas famosas pero despersonalizadas, en los ambientes mecánicos de la cotidianeidad burguesa. Los personajes que habitan en los bares, las recovas, los paseos, plazas y puertos son fuentes de historias y anécdotas que Arlt traduce a un lenguaje propio, en constante ebullición. Un estilo hecho con las sobras del lenguaje, nutrido de las lecturas a las que pudo acceder siendo pobre: el ocultismo, la astrología, los folletines, las malas traducciones de los autores rusos, los panfletos de Nietzsche que se repartían en los círculos anarquistas y las revistas de divulgación científica.

Lo escuchado entre susurros en los rincones íntimos de la urbe es el material que utiliza Arlt para radiografiar la renovación imperfecta de Buenos Aires, una especie de ontología de la ciudad y sus ocupantes que revela el contraste entre el excentricismo arquitectónico de los barrios centrales y el abandono de los espacios periféricos donde se encuentran los exilados de la modernidad. Ante las atracciones del presente, con sus innovaciones y promesas futuristas, los avances tecnológicos y científicos, Arlt impone una mirada crítica que resignifica la tranquilidad de un mundo anterior perdido. La nostalgia se cuela por los zaguanes, los patios arbolados y los espacios abiertos, hasta converger en el cemento caliente de bocinas y colectivos, los diminutos departamentos fabricados a la medida de la rentabilidad, y posa su escepticismo allí donde la vida y la naturaleza se han divorciado definitivamente. La ciudad se tornaba ulcerada para el flâneur sin rumbo que no buscaba en ella más que a ella misma.

Ciertos trópicos se repiten en sus crónicas, como la denuncia de edificios sin terminar, que reproducen la sensación de desengaño con respecto a la época: “Y es que esa casa, sin techos, sin puertas, sin revoque, es el exponente de un fracaso de ilusiones, la demostración más evidente de que su dueño fue sorprendido por algo terrible cuando menos lo esperaba (…) En la calle Laguna (Floresta), al 700, más o menos, hay una edificación de dos pisos en este estado (…) En Chivilcoy y Gaona, Floresta también, hay otra casita en el mismo estado (...)”.

Arlt indaga las falencias de un sistema desigual, que deja al descubierto modelos de vida diferenciados, en el que la posibilidad de una vida más digna y fundamentalmente más cómoda es una ilusión inacabada, una fantasía tapada de cinismo para quien mira el pasado como aquello perdido y el futuro como la proyección de algo poco codiciable.

Arlt hizo de Buenos Aires la protagonista de sus crónicas y creó un espacio donde la verdadera exactitud discurre siempre por todo aquello que no se ve, lo que pasa desapercibido en el rumor incesante de la calle, y que sólo la mirada de un voyeur profesional es capaz de captar, la mirada que sabe que la realidad es la verdad perdida de los que no tienen voz.

Bibliografía

Sylvia Saítta, El escritor en el bosque de ladrillos, Editorial Sudamericana, 2000.

Roberto Arlt, Aguafuertes Porteñas. Buenos Aires, vida cotidiana, Editorial Losada, Buenos Aires, 1999.

Ricardo Piglia, Sobre Arlt, Crítica y Ficción, Editorial Anagrama, 2001.

Fabiana Inés Varela, Aguafuertes Porteñas: Tradisción y traición de un género, Revista de Literaturas Modernas. Mendoza, 2002.

Beatriz Sarlo, Un extremista de la literatura y Arlt, excéntrico, Escritos sobre literatura argentina, Siglo XXI Editores Argentinos, 2007.

Por Leonel Peluso

martes, 28 de junio de 2011

Otra mirada

En Belgrano, pasar Luis María Campos y subir por Lacroze no es lo mismo que hace una década.
La zona arbolada y llena de gente se adornó con pintorescas cafeterías, pastelerías y lugares para tomar el té.
Como si se hubieran puesto de acuerdo, y casi al unísono los vecinos comentaron la situación y algunos se agradaron acerca de la transformación que esta avenida atravesó en los últimos años.
Si bien sus calles no son tranquilas, me atrevería a decir que la zona entre Luis María Campos y Cabildo, pasó de ser ordinaria a extraordinaria.
Cuando se les preguntó a algunos habitantes de los alrededores que pensaban de estos cambios, señalaron a la franquicia Starbucks que hace tres años se instaló en el barrio. Según ellos, a partir de este particular caso, se incrementó la cantidad de lugares que ofrecen un servicio (ya sea bueno o malo) para desayunar o merendar.
Lo cierto es que con frío o calor, llueva o haya sol, caminar por la avenida Lacroze y los aledaños es una linda postal. A decir verdad, bastante interrumpida por los gritos de chicos y chicas de secundaria y los paseadores de miles de perros que hay que esquivar. Pero eso es lo de menos.
Si doblas por 11 de septiembre encontrarás el local de Maru Botana, varios institutos, residencias para estudiantes, embajadas y edificios perfectamente combinados con las millones de hojas caídas de los árboles que nos permite disfrutar esta época del año.
Sí estás en lo de Maru, a una cuadra y media meterse por la calle Malasia no va a ser un error. Es una pequeña Italia, literal y altamente recomendada.
Otra que no se pueden perder son las casonas de la calle Olleros después de Cabildo para el lado de Luis María Campos.
Una veinteañera que vive ahí desde hace casi diez años me dijo: "Vivir en esta zona es una cosa, pero caminarla es otra". Sinceramente creo que no se equivoca.

Por Antonella Ghioni


Calle Malasia

Una de las casonas en Olleros

Calle Malasia

Starbucks en Lacroze y Tres de Febrero



jueves, 16 de junio de 2011

La infancia de Miguel Abuelo en Monte Castro

“Perdóname Miguel a mí mismo, torpe marioneta sin raíces, loco, borracho, tan brutal con mis pies sobre la tierra”.


M.A.


El cantante de Los Abuelos de la Nada pasó los primeros años de su infancia en un reformatorio del barrio de Monte Castro. Fue allí donde comenzó a manifestarse la acelerada personalidad de uno de los protagonistas más representativos del rock argentino.



El joven Abuelo

Compositor, escritor, actor y pintor. Así es como definió la gacetilla de prensa del primer simple de Los Abuelos de la Nada al joven Miguel Ángel Peralta, en el invierno porteño del ´68. El autor de “Diana Divaga” llegó al mundo el 21 de marzo de 1946 y pocas semanas después fue internado en el preventorio de madres tuberculosas Manuel Rocca -hoy conocido como Hospital de Rehabilitación de nombre homónimo-, ubicado en el barrio de Monte Castro. Fue allí donde Miguel pasó, travieso y perturbado, los primeros años de su niñez.


“Mis orígenes son populares, infrapopulares diría yo. Mi mamá contrajo tuberculosis en el año 46, justo cuando yo nacía. Yo era natural y la echaron de todos los trabajos. Como todavía no se había descubierto el bacilo de Koch, o sea, la manera de prevenir la tuberculosis, apenas nací a ella la internaron en el Hospital Tornú y a mí me mandaron al preventorio Rocca, que está en Jonte y Segurola, y que todavía es un reformatorio para menores”. Con estas palabras detalló Miguel parte de su infancia al diario Tiempo Argentino, en 1985.



Gracias a sus periódicas visitas a la dirección, producto de su mala conducta, el niño estableció un fuerte vínculo con el Doctor Homero Gómez, rector del establecimiento, quien lo apadrinó y lo llevó a vivir a su casa de la calle Constitución, en San Telmo. Después de algunos años, su madre biológica recuperó la salud gracias a la aparición de la penicilina y constituyó un nuevo hogar, en la localidad de Munro, para reunir a su familia.“En el reformatorio estuve hasta los cinco años y como era muy simpático, inteligente, divertido y lindo, me adoptó el director del colegio con su señora. Así estuve hasta los doce años, época en que comencé a vivir con mi mamá”, puntualizó unos años más tarde.


El comienzo de su vida artística




En el nuevo barrio, gracias a su confusa personalidad indisciplinada, pero considerablemente carismática, obtuvo gran popularidad entre los vecinos. Su hermana Norma afirmó que cuando ella y su madre tenían que ir a buscarlo debido a que atorranteaba y no quería ir a la escuela, les costaba mucho retarlo porque era muy simpático y cariñoso. Luego de una improvisación actoral circense, donde termina prendiendo fuego toda la escenografía, comienza a notarse en él una gran atracción por lo artístico, lo no convencional, lo primoroso y lo atractivo. Miguel Ángel dio de este modo sus primeros pasos arriba de un escenario.



La década del ´60 lo encontró atento y convencido de que tenía que ir más allá de todas las limitaciones impuestas por la sociedad, de la moralidad y de las mismas caras de siempre. Apenas con 18 años, después de haber formado un dúo folcklórico y un grupo de teatro con su hermana, comenzó a viajar por todo el país, se mezcló con numerosos mundos distintos y con gente exageradamente estrafalaria.



Roberto Arlt, Franz Kafka, Herman Hesse y Leopoldo Marechal fueron algunos de los autores con los que se comprometió y con los que sintió que podía refugiarse del desconcierto que atravesaba por aquellos días. La Facultad de Filosofía, donde cursó algunas materias como oyente, también fue un lugar de resguardo para el artista de rumbo errante.




Camino a su destino



Una noche calurosa del verano del ´66, mientras hacía dedo para que alguien lo llevara hasta Villa Gesell, conoció a Pipo Lernoud, un poeta junto al cual dejaría escrita gran parte de la historia del rock argentino. Vivieron juntos en la Pensión Norte, donde se albergaban, además, otros músicos como Moris y Pajarito Zaguri, que dejarían su estampa dentro de la música local. Una tarde Pipo y su mamá fueron a lo de un productor muy importante a hablar de la edición de la partitura por la coautoría de “Ayer Nomás”, un tema que Lernoud había compuesto recientemente con Moris. Miguel, como siempre que podía, los acompañó y no se perdió la ocasión para curiosear y dar la nota. “Padre de los piojos, abuelo de la nada” fue la frase -del libro El Banquete de Severo Arcángelo de Leopoldo Marechal- que le vino a la cabeza cuando el empresario Ben Molar le preguntó si él también tenía un grupo musical.



“Nominarse a uno mismo como Abuelo de la Nada para la época en que los sumisos productores discográficos de turno promovían a ´las madres y los padres´ del sonido de la costa oeste yanqui o a los tíos queridos de los programas ómnibus sabatinos era una irreverente tomadura de pelo a las instituciones clásicamente autoritarias. Era oponer la parodia, el corte de manga a la chatura y la falta de ingenio local que sólo podía calcar lo que otros creaban. Cuando nadie podía hacerse cargo de la paternidad alguna porque no había nada –o casi- convertirse en un abuelo era anunciar que se estaba esperando desde mucho antes a que terminara de pasar la nada y empezase a pasar algo”, pronunció Miguel Abuelo a la revista El Porteño, en 1983.



Estos fueron los primeros pasos de la travesía de un joven que, con escasas posibilidades palpables y vulnerables, dentro de una sociedad aplastada, supo orientar con imaginación el timón de su barca hacia los fascinantes océanos del Marinero Bengalí.

Bibliografía: Juanjo Carmona, El Paladín de la Libertad, la biografía de Miguel Abuelo y sus Abuelos de la Nada, Buenos Aires, Galerno, 2007.

Por Leonel Peluso

domingo, 5 de junio de 2011

Puerto Madero


Por Antonella Ghioni

Definitivamente uno de los lugares más lindos para pasar la tardecita en Buenos Aires es en el barrio de Puerto Madero. Ya sea en alguno de sus parques o caminando por el costado del río, el clima se aprecia de la mejor manera en cualquiera de sus estaciones.
Un poco entorpecido por la cantidad de turistas, este amplio y lujoso barrio tiene vida propia. Luego de pasar el atardecer es una buena opción quedarse a cenar temprano. Cuenta con casi cien restaurantes de los cuales a continuación rescataremos junto con Patricio Lemos sólo diez por los cuales vale la pena sacar la billetera.

1. Chila. Cocina de autor. Recomendaciones: Crema de trufas, huevos a 61°, echalotes al cognac y cubitos de morcilla. Las diferentes variedades de pan son una delicia: el de malbec, el de tomillo y queso. El cubierto promedio vale $150. Ubicación: Alicia Moreau de Justo 1160. Teléfono: 4343-6067.

2. Red Resto & Lounge. Restaurante de hotel. Queda en el Hotel Madero Platos. Platos de autor con acento francés y buenas opciones de mediodía. Precio promedio por cabeza: $100. Dirección: Rosario Vera Peñaloza 360. Teléfono: 5776-7676

3. Nanatsu. Restaurante japonés. Referente del sushi de la zona. Los langostinos Pasión (con salsa agridulce de maracuyá) altamente recomendados junto con el increíble Ebi-Jo, de salmón con langostino grillado y salsa especial flameado con triple sec.
Olga Cossettini 1185. Teléfono 5530-5202

4. El Bistró. Ubicado en el Hotel Faena, con una excéntrica decoración (unicornios blancos), servicio impecable y una de las cartas de vinos más amplias de la ciudad. Casi $200 el cubierto.
Martha Salotti 445. 4010-9200

5. Sotto Voce. Indiscutible comida tana.
Los pappardelle funghi una jugada segura.
Alicia Moreau de Justo 176. 4313-1199


6. Marcelo. Los ravioles con tomate, crema y parmesana son un ícono de la casa, pero cualquier pasta o cualquier pescado que pidas, va a funcionar.
Alicia Moreau de Justo 1140. Teléfono 4342-8689-7534



7. iCentral Market. Platos con toques españoles, franceses y marroquíes a cargo del chef Santiago Ferrer. Buena variedad de sándwiches y ensaladas. El precio es un poco más bajo que los otros: entre 50 y 80 pesos per cápita.
Pierina Dealessi esquina Macacha Guemes. Teléfono 5775-0330



8. Cabaña Las Lilas. Parrilla. Pedí el ojo de bife. Muy caro, muy turístico. Nada más.
Alicia Moreau de Justo 516. Teléfono 4314-1336



9. El Clan. Restó Fashion. Arañas de cristal. Mucho ambiente, mucha comida. Platos frescos, abundantes, con especial acento en pescados y mariscos aunque también se destacan las pastas. Hay boxes privados con mucha onda.
Olga Cosettini 1545. Teléfono 5787-0579



10. Gourmet Porteño. Tenedor libre, ideal para ir en grupo con gente de gustos disímiles. Hay de todo: carne, sushi, pastas... Precio: durante la semana; $44 al mediodía y $63 de noche. Fines de semana: $73.
Alicia Moreau de Justo 1942. Teléfono: 4312-3021/31



Para seguir recorriendo: Página oficial de Puerto Madero
Foto: Producción Antonella Ghioni

martes, 31 de mayo de 2011

La Giralda

Confitería tradicional, Corrientes 1453, Centro













Fachada del emblemático bar, hoy

En una mesa contra la pared, un hombre con anteojos de marco fino marrón sostiene una lapicera contra su mejilla y lee. Se llama Gustavo, tiene 49 años y hace quince que va a dibujar a La Giralda. Un mozo de 1.65, con moño y raya al medio le sirve una Quilmes y un recipiente con maní. “Me ve entrar y ya me está trayendo mi cerveza. Es mi after hour en soledad”, confiesa.

Para leer más:

LA CONFITERÍA

LA CHARLA DE CAFETÍN

EL HABITUÉ ES UN DESCONOCIDO PARA EL MOZO

EL PASADO

El MOZO Y LAS CLIENTAS

DESPEDIDA

Escuchar fragmento de Anclao en París, de Barbieri y Cadicamo, interpretado por Carlos Gardel:







Por Victoria Cotino

lunes, 30 de mayo de 2011

La confitería

En el frente de La Giralda hay vidrieras con envases de vidrio antiguos de Pepsi. Adentro, botellitas de cointreau y licores en los estantes de las paredes. Un poster rojo del Gobierno de la Ciudad indica que es uno de los 500 lugares queribles de Buenos Aires.

El cartel del fondo promociona las especialidades de la casa


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domingo, 29 de mayo de 2011

La charla de cafetín

Gustavo se sienta siempre del lado izquierdo, donde están las mesas que no fueron reformadas. Prefiere la de la ventana, pero hoy está ocupada.
- ¿Qué pasó, Antonín? ¿Cómo no me cuidó mi mesa? A usted las féminas lo pueden, eh.
- No, es que clientes son clientes.

Una pareja conversa plácidamente

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