domingo, 17 de abril de 2011

Un bar con gusto a pasado







Mientras el atardecer marca el fin de la merienda, a simple vista parece una extraña paradoja ver dos escenas completamente diferentes desde un mismo lugar. Por un lado, una epidemia de personas apuradas, ruidos de la calle y bocinas; por el otro, quietud y aroma a café recién preparado. Se trata del bar "Los Galgos", ubicado en la esquina Lavalle y Callao. Se llama así debido a la afición por las carreras de galgos que tenía el asturiano que convirtió el lugar en un bar y almacén. Martín, uno de los cuatro mozos, trabaja allí desde hace más de treinta años y confirma lo que algunos pequeños marcos de las paredes del lugar dicen: "Los Galgos conserva el mismo estilo desde su inauguración. Lo único que cambió es que antes lo rodeaban viviendas y ahora oficinas, además antes estaba abierto 24 horas, cerrando media para limpiar, y actualmente el horario es de lunes a viernes de 6 a 20". 

En 1879 la edificación era la residencia de la familia Lezama. Luego la casa fue alquilada en 1920 por la firma Singer, que abrió la primera fábrica en máquinas de coser de Latinoamérica. Después, el lugar se convirtió en  farmacia en 1925 hasta que en 1930 se hizo bar y dieciocho años después lo compró José Ramos (ver foto junto a su hermano), quien mantuvo el nombre.
Martín, que no puede evitar jugar con las monedas que guarda en su bolsilllo mientras no está atendiendo mesas, corrige una publicación que esta enmarcada en una pared que Los Galgos divide dos calles en el microcentro. La publicación de "Semanario" cometió el error de afirmar que el bar divide a San Nicolás y Montserrat, mientras que la correcta división es la de Balvanera y San Nicolás. 
El aire envuelto de historia y tranquilidad se ve interrumpido por el sonido de un celular y aquí es donde esas dos escenas se fusionan sin lograr modificar la paciencia y mansedumbre de Horacio Ramos, uno de los dueños, mientras repasa el mostrador principal. 
El bar esta decorado por reminiscencias del país en el '30, por menciones, espejos y (claro está) por cuadros de perros pero con cuerpos de personas. Todavía conservan la caja registradora que funcionó desde el comienzo hasta mediados del '90.

Mientras dos de los mozos charlan sobre política, la mujer dueña del celular lo cierra y se dedica a saborear su café endulzado de la historia del lugar en la que está envuelta.
Ni siquiera lo llega a notar.


Por Antonella Ghioni

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