jueves, 16 de junio de 2011

La infancia de Miguel Abuelo en Monte Castro

“Perdóname Miguel a mí mismo, torpe marioneta sin raíces, loco, borracho, tan brutal con mis pies sobre la tierra”.


M.A.


El cantante de Los Abuelos de la Nada pasó los primeros años de su infancia en un reformatorio del barrio de Monte Castro. Fue allí donde comenzó a manifestarse la acelerada personalidad de uno de los protagonistas más representativos del rock argentino.



El joven Abuelo

Compositor, escritor, actor y pintor. Así es como definió la gacetilla de prensa del primer simple de Los Abuelos de la Nada al joven Miguel Ángel Peralta, en el invierno porteño del ´68. El autor de “Diana Divaga” llegó al mundo el 21 de marzo de 1946 y pocas semanas después fue internado en el preventorio de madres tuberculosas Manuel Rocca -hoy conocido como Hospital de Rehabilitación de nombre homónimo-, ubicado en el barrio de Monte Castro. Fue allí donde Miguel pasó, travieso y perturbado, los primeros años de su niñez.


“Mis orígenes son populares, infrapopulares diría yo. Mi mamá contrajo tuberculosis en el año 46, justo cuando yo nacía. Yo era natural y la echaron de todos los trabajos. Como todavía no se había descubierto el bacilo de Koch, o sea, la manera de prevenir la tuberculosis, apenas nací a ella la internaron en el Hospital Tornú y a mí me mandaron al preventorio Rocca, que está en Jonte y Segurola, y que todavía es un reformatorio para menores”. Con estas palabras detalló Miguel parte de su infancia al diario Tiempo Argentino, en 1985.



Gracias a sus periódicas visitas a la dirección, producto de su mala conducta, el niño estableció un fuerte vínculo con el Doctor Homero Gómez, rector del establecimiento, quien lo apadrinó y lo llevó a vivir a su casa de la calle Constitución, en San Telmo. Después de algunos años, su madre biológica recuperó la salud gracias a la aparición de la penicilina y constituyó un nuevo hogar, en la localidad de Munro, para reunir a su familia.“En el reformatorio estuve hasta los cinco años y como era muy simpático, inteligente, divertido y lindo, me adoptó el director del colegio con su señora. Así estuve hasta los doce años, época en que comencé a vivir con mi mamá”, puntualizó unos años más tarde.


El comienzo de su vida artística




En el nuevo barrio, gracias a su confusa personalidad indisciplinada, pero considerablemente carismática, obtuvo gran popularidad entre los vecinos. Su hermana Norma afirmó que cuando ella y su madre tenían que ir a buscarlo debido a que atorranteaba y no quería ir a la escuela, les costaba mucho retarlo porque era muy simpático y cariñoso. Luego de una improvisación actoral circense, donde termina prendiendo fuego toda la escenografía, comienza a notarse en él una gran atracción por lo artístico, lo no convencional, lo primoroso y lo atractivo. Miguel Ángel dio de este modo sus primeros pasos arriba de un escenario.



La década del ´60 lo encontró atento y convencido de que tenía que ir más allá de todas las limitaciones impuestas por la sociedad, de la moralidad y de las mismas caras de siempre. Apenas con 18 años, después de haber formado un dúo folcklórico y un grupo de teatro con su hermana, comenzó a viajar por todo el país, se mezcló con numerosos mundos distintos y con gente exageradamente estrafalaria.



Roberto Arlt, Franz Kafka, Herman Hesse y Leopoldo Marechal fueron algunos de los autores con los que se comprometió y con los que sintió que podía refugiarse del desconcierto que atravesaba por aquellos días. La Facultad de Filosofía, donde cursó algunas materias como oyente, también fue un lugar de resguardo para el artista de rumbo errante.




Camino a su destino



Una noche calurosa del verano del ´66, mientras hacía dedo para que alguien lo llevara hasta Villa Gesell, conoció a Pipo Lernoud, un poeta junto al cual dejaría escrita gran parte de la historia del rock argentino. Vivieron juntos en la Pensión Norte, donde se albergaban, además, otros músicos como Moris y Pajarito Zaguri, que dejarían su estampa dentro de la música local. Una tarde Pipo y su mamá fueron a lo de un productor muy importante a hablar de la edición de la partitura por la coautoría de “Ayer Nomás”, un tema que Lernoud había compuesto recientemente con Moris. Miguel, como siempre que podía, los acompañó y no se perdió la ocasión para curiosear y dar la nota. “Padre de los piojos, abuelo de la nada” fue la frase -del libro El Banquete de Severo Arcángelo de Leopoldo Marechal- que le vino a la cabeza cuando el empresario Ben Molar le preguntó si él también tenía un grupo musical.



“Nominarse a uno mismo como Abuelo de la Nada para la época en que los sumisos productores discográficos de turno promovían a ´las madres y los padres´ del sonido de la costa oeste yanqui o a los tíos queridos de los programas ómnibus sabatinos era una irreverente tomadura de pelo a las instituciones clásicamente autoritarias. Era oponer la parodia, el corte de manga a la chatura y la falta de ingenio local que sólo podía calcar lo que otros creaban. Cuando nadie podía hacerse cargo de la paternidad alguna porque no había nada –o casi- convertirse en un abuelo era anunciar que se estaba esperando desde mucho antes a que terminara de pasar la nada y empezase a pasar algo”, pronunció Miguel Abuelo a la revista El Porteño, en 1983.



Estos fueron los primeros pasos de la travesía de un joven que, con escasas posibilidades palpables y vulnerables, dentro de una sociedad aplastada, supo orientar con imaginación el timón de su barca hacia los fascinantes océanos del Marinero Bengalí.

Bibliografía: Juanjo Carmona, El Paladín de la Libertad, la biografía de Miguel Abuelo y sus Abuelos de la Nada, Buenos Aires, Galerno, 2007.

Por Leonel Peluso

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