El cafetero, que trabajó como mozo hasta hace nueve años, guarda un paquete de vainillas dentro de una campana transparente y camina hacia la puerta. Gustavo ensaya una sonrisa falsa.
“Cuando empecé a venir yo era un pibe con pelo largo, botas altas y las ‘A’ pegadas en el pantalón. Un darkie de esa época. En los bares habíamos logrado echar a la clase media. Tenías una mesa de punks, una de hippies. Pero siempre había un mozo mala onda”.
La Giralda en los setentas
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